¿Cuestión de determinación?
En el año 2015, cuando inicié la carrera de medicina, sentía que los días se me pasaban volando dentro de los salones de clase, el anfiteatro en la hora de anatomía y los distintos laboratorios de bioquímica, histología o fisiología. Recuerdo que teníamos 3 o 4 exámenes a la semana y tareas pendientes para cada día.
Durante toda mi secundaria me había acostumbrado (o mal acostumbrado) a sacar buenas notas y siempre estar disputándome los primeros puestos sin esforzarme demasiado. La universidad significó un giro de 180 grados y un duro golpe de realidad. Los exámenes de anatomía e histología siempre eran una masacre, los desaprobados siempre eran mayoría y la incertidumbre de no saber si íbamos a culminar el ciclo con un aprobado nos robaba las pocas horas de sueño que aun teníamos disponibles.
Con la llegada del segundo semestre en el 2017 llegaron las rotaciones clínicas. Las largas horas de clases en la universidad ahora se complementaban con interminables turnos en el hospital donde dábamos nuestros primeros tímidos pasos en la práctica clínica. Durante este periodo también nació mi amor por el entrenamiento y el gimnasio, así que mi días se convirtieron en un ciclo incesante que me llevaba de mi cama al hospital, del hospital al gimnasio, del gimnasio a la universidad y de la universidad a mi cama.
Llegó un punto donde realmente no veía a mis amigos más cercanos durante meses. Cuando lograba organizar mi tiempo libre, compartía algunas horas con ellos y les contaba de mi trajín diario, nunca faltaba la típica pregunta de si realmente valía la pena por lo que estaba pasando.
No recuerdo bien dónde ni cuando nació la idea de convertirme en doctor. Pero uno de los primeros recuerdos que guardo con claridad en mi memoria es mi ceremonia de graduación del jardín de niños. Al momento de dar nuestras palabras de agradecimiento, debíamos decir nuestro nombre completo, la primaria a la que iríamos y la carrera que soñábamos perseguir. Desde el instante en que abrí la boca para decirle a todos que quería volverme un doctor, decidí que ese era el único camino posible para mi vida, sin importar cuánto pudiera costarme.
Creo que si son estudiantes de medicina o médicos en ejercicio de la profesión, no me dejarán mentir cuando digo que no existe uno solo de nosotros que no bromeó con sus amigos sobre cambiarse de carrera o con el famoso “qué hubiera paso si hubiese estudiado algo distinto”. Durante la primera amanecida de estudios para mi primer examen integrador de morfofisiología; un amigo y yo pasamos toda la noche revisando la malla curricular de estomatología en vez de avanzar un temario que ya se hacía imposible de descifrar a esas horas de la madrugada (cabe resaltar que ambos ya culminamos la universidad). Es algo natural, no hay que sentirse mal por ello, el que no flaquea en algún punto es porque tomó el camino sencillo.
Durante mi séptimo ciclo universitario, en el curso de medicina 1, tuve un punto de inflexión. Mientras me encontraba sumergido en el Harrison de medicina interna, intentando memorizarme las distintas glomerulopatías tuve un bloqueo. No era capaz de recordar lo que leía, ni siquiera 5 minutos después de haberlo leído. Decidí dejar el Harrison a un lado y salir a dar unas vueltas al parque que está frente a mi casa. Era temporada de exámenes finales y me la había pasado encerrado en mi cuarto casi todas las horas del día. Al salir, los pájaros me animaron con su melodioso canto, el sol ya no calentaba con la intensidad característica de mi ciudad y la brisa del viento se sentía como una caricia en el rostro. Me invadió una enorme paz y fue al sentir esa paz, cuando me di cuenta que la tensión y el estrés me habían dominado esos últimos días. Después de un rato de pasear, regresé a mi casa y tomé una ducha. Las grandes ideas del hombre vienen cuando está en la ducha, al menos eso se repite frecuentemente.
- Hasta ahora lo has logrado, ¿a qué le tienes miedo? Siempre has demostrado que al final lo consigues — pensé para mí mismo.
Ese día por la noche dimos el final de medicina 1, uno de los cursos más temidos de la carrera. El examen era de opción múltiple, así que anoté mis claves a sabiendas que siempre subían las respuestas por encargo del coordinador del curso. Dos horas después, sabía que el ciclo ya estaba aprobado.
Más adelante, me esperaban aun cirugía 1, medicina legal, ginecología y tesis 2. Estos cursos también se perfilaban como posibles filtros y tenían la fama de ser muy difíciles de aprobar. Pero a pesar de todo, nunca volví a pensar que no podía hacerlo.
¿Vale la pena?
Al momento de entregar nuestros años de juventud hacia la vocación médica, lo hacemos a sabiendas de que nos espera una gran recompensa al otro lado. Sacrificamos la energía de nuestros años mozos a cambio de la esperanza de una estabilidad económica y del prestigio social que nos acompañarán durante toda nuestra vida adulta. Del mismo modo, la pertenencia al gremio médico, por sí misma, también conlleva sus ventajas. Sabemos que con aquello concerniente a la salud, nuestros problemas y los de nuestros seres queridos siempre serán vistos como una prioridad gracias a los contactos y conexiones hechos durante nuestra vida profesional.
Las recompensas parecen valer cada gota de esfuerzo. Pero del otro lado de la balanza nos encontramos con la profesión con más índices de depresión, ansiedad y riesgo de suicidio. Un fenómeno que no sabe de diferencias entre estudiantes de primeros ciclos y profesionales con años de experiencia en el campo.
Las dudas que aparecen sobre uno mismo a lo largo del camino van de la mano con el maltrato pseudo-militarizado que lastimosamente hemos aprendido a observar y aceptar en silencio. Se nos vende que cada una de las amanecidas, las guardias, los insultos, el desprestigio y el maltrato son indispensables para formar el carácter propio de un médico. Sí, se nos ha vendido durante años que es necesario intentar destruir nuestra humanidad para poder ejercer, quizás, la profesión más humana de todas.
La constancia, que muchas veces puede confundirse por terquedad es una de nuestras virtudes más grandes, así que aprendemos a sortear cada uno de los obstáculos que se nos presentan en el camino. Finalmente conseguimos nuestro diploma y nos sentimos en la cima del mundo. Dejamos de ser estudiantes de medicina para convertirnos en médicos. Un logro que se siente como ninguno cuando se nos pregunta por qué aún no nos hemos especializado, como si el ser médico general no fuese un logro suficiente.
No hay que olvidar que si uno desea ser especialista debe volver a estudiar como si estuviera en el primer año de la universidad y competir contra todos los médicos que también aspiran a alcanzar la plaza de tus sueños. Si uno logra ganarse una plaza viene la residencia. El residentado médico es una forma moderna de esclavitud. Cualquier médico especialista puede dar fe de ello, pero es algo de lo que me abstendré de hablar hasta haberlo experimentado por mí mismo.
El médico especialista busca la subespecialidad, el subespecialista busca la maestría, el de la maestría busca el doctorado. Incluso aquel con el más alto rango académico debe seguir leyendo y leyendo para mantenerse actualizado, pues los esquemas de tratamiento y las guías de práctica clínica cambian cada año en favor de nueva evidencia.
Esta búsqueda constante de crecimiento profesional muchas veces hace que se dejen de lado esferas igual de importantes para nuestro bienestar: la familia, las relaciones personales, la salud mental y el acondicionamiento físico. Esto, muchas veces, tiene como resultado a médicos realizados a nivel profesional pero con vacíos espirituales que no terminan de comprender.
Entonces, es válido preguntarse. ¿Vale la pena el esfuerzo?
La única condición
En 2 oportunidades distintas, mientras aun era estudiante de medicina, dos amigas me pidieron de favor que hablara con sus hermanas. Ellas querían estudiar medicina y querían saber de antemano un poco sobre cómo era la experiencia.
En ambas oportunidades me reuní con ellas y escuché las expectativas que tenían al entrar a la universidad, así como sus planes a futuro. Luego, me tomé el tiempo de explicarles mi experiencia personal; ahondé bastante en los recursos y el tiempo invertido, así como los altibajos que experimenté a lo largo de la carrera.
Finalmente les di a ambas mi recomendación final. El mensaje fue el mismo: “Deberían estudiar algo distinto. Hay más carreras bonitas y no tan exigentes”.
En ambas oportunidades noté la inconformidad en su rostro. Les di a entender que a lo largo del camino que querían recorrer, no iba a ser yo el que les diría esas palabras; en cambio, iban a ser ellas mismas las que se lo iban a repetir. Su subconsciente iba a ser el encargado de hacerlas dudar, de preguntarse una y otra vez si vale la pena el esfuerzo y tentarlas a abandonar.
Ambas terminaron inscribiéndose en Medicina Humana. Actualmente, ninguna de las 2 continúa estudiando medicina.
¿Cuál es el requisito entonces? Cuál es esa condición que se requiere para sortear las dificultades, para soportar las amanecidas, para superar los momentos de duda e incertidumbre, para levantarse y continuar a pesar de los altibajos y tropiezos que se presenten en el camino.
La respuesta para mí siempre ha sido la misma: Vocación.
La vocación tiene un origen etimológico en la Biblia y significa “responder al llamado”. El término, inicialmente, fue usado de manera exclusiva para hablar del llamado a participar en la vida consagrada y el sacerdocio. Sin embargo, su significado se ha ampliado con el tiempo y ahora hablamos de vocación para referirnos al deseo de emprender un estilo de vida (usualmente referente a la profesión) independientemente de las dificultades que tengamos que atravesar.
El concepto que tiene la gente de la vocación médica es el de “servicio a la humanidad”. Son innumerables las veces que escucho a la gente quejarse de “médicos sin vocación” porque no quieren darles un adicional para un consultorio ya sobrecargado de pacientes, porque no quieren atender un resfrío de 4 días en el tópico de emergencia o porque los encuentran durmiendo en una guardia nocturna después de 36 horas de turno. Incluso me ha tocado leer y/o escuchar que si un médico tiene “vocación de verdad”, no debería cobrar o debería limitarse a cobrar lo mínimo por atender a los pacientes (asumiendo que deberían vivir de la caridad según lo que entiendo).
Durante mi primer ciclo universitario, en la clase de metodología del aprendizaje, la profesora nos pidió ponernos de pie, presentarnos y decir la razón por la cual habíamos decidido estudiar medicina. No exagero al decir que 4 de cada 5 respondían "porque me gusta ayudar a los demás”. Esta respuesta es absurda, no porque no sea correcto tener la voluntad de ayudar a los otros, pero porque cualquier profesión, realizada de manera correcta, promueve el bienestar de la sociedad y nos permite, ya sea de manera directa o indirecta, ayudar a las personas. No les debería causar ninguna sorpresa, entonces, cuando les digo que cerca del 50% de los alumnos con los que inicié, habían abandonado la universidad antes de culminar el primer año.
“Donde quiera que el arte de la medicina es amado, también hay amor por la humanidad” - Hipócrates.
El amor por la humanidad, a mi parecer, sí es un requisito para el médico, al menos para el buen médico; pero ¿acaso no podemos decir lo mismo del sacerdocio o la docencia? Aliviar el dolor de aquellos que sufren y salvar vidas siempre serán los extras más gratificantes de esta profesión. Escuchar un “muchas gracias, doctor” y “Que Dios lo bendiga” son refrescantes para cualquier alma acongojada. Saber que tu trabajo le permitió a una familia compartir más noches alrededor de la mesa o que un niño sí tendrá a su padre para su ceremonia de graduación son de las mejores retribuciones que vienen de la mano con la práctica de la medicina; claro que pueden motivarte y darte energía para seguir cumpliendo tu labor, a pesar de todas las dificultades. Pero, ¿eso es todo?
Me resulta curioso cuando al hablar con mis amigos, suelen preguntarme qué estoy haciendo y muchas veces me toca responder que estudiando.
- Oye, pero pensé que ya habías acabado la carrera — suele ser su respuesta.
La medicina es un campo increíblemente extenso, imposible de explorar en su totalidad para una sola persona, es por eso que existen los especialistas y los sub especialistas, cada uno enfocado en un componente particular de la medicina. Esta es la razón por la que uno nunca dejará de aprender mientras navegue el mar de la medicina y creo que ahí es donde está la vocación del médico.
Cada día que no tengo que trabajar, lo primero que suelo hacer después de entrenar, es sentarme y avanzar a estudiar. La verdad es que disfruto del tiempo que paso estudiando, aprender nuevos conceptos y revisar aquellos que domino para tenerlos frescos en la memoria es algo placentero para mí y creo yo, para casi la totalidad de personas en el campo de la medicina.
El cuerpo humano, su funcionamiento y también los procesos que alteran su casi perfecto equilibrio nos fascinan a todos los que somos parte de esta singular tribu. Es por eso que en nuestros ratos libres del hospital terminamos discutiendo casos clínicos a pesar de que siempre prometemos no hacerlo, por lo que nuestra curiosidad parece la de un niño cuando llega un paciente con una patología difícil de descifrar, por la que asistimos a congresos en busca de actualizaciones y por la que compramos suscripciones a bibliotecas digitales con guías de práctica clínica o artículos científicos.
Comprender cómo las enfermedades pueden alterar los procesos fisiológicos para manifestarse como signos y síntomas en los pacientes y, al mismo tiempo, cómo los diferentes tratamientos pueden devolver nuestro cuerpo a su perfecto equilibrio es algo de lo que nunca me llegaré a aburrir. Eso es lo que hace que me enamore un poco más de la medicina cada día.
Estamos inevitablemente enganchados a una forma de ver el mundo totalmente distinta a como lo perciben el resto de personas, entendemos por qué ganamos peso, por qué tosemos, por qué nos arde el estómago o por qué nos levantamos con la boca amarga cada mañana. Entendemos a la perfección lo que pasa en nuestro cuerpo cuando nos levantamos con gripe, cuando nos duele algún músculo luego de un golpe fuerte o cuando nos duele la cabeza después de una noche de tragos.
Es precisamente esa fascinación por querer entenderlo todo sobre nosotros mismos lo que nos hace resilientes y perseverantes. Está bien no amar la carrera durante los primeros semestres, cuando recién la estás conociendo y aún no has descifrado si realmente es lo tuyo. No puedes estar enamorado de algo que aún no has conocido.
Pero te prometo que si es lo tuyo llegará el momento. Quizás sea la primera vez que un recién nacido aprete con fuerza tu dedo entre sus manos, la primera vez que ayudes a salir a un paciente de un paro cardiorrespiratorio, la primera vez que ingreses a una sala de operaciones o la primera vez que veas un corazón latiendo en persona.
Si es lo tuyo, te prometo que tu momento llegará y lo recordarás de la misma manera en la que yo recuerdo el mío. Una vez que sientas fascinación, no habrá vuelta atrás, sin importar que tan largo sea el camino, lo recorrerás con una sonrisa por el resto de tus días.
El día que te enamores de la medicina se convertirá en el primer día del resto de tu vida.
me encantó, realmente logras relatar como es la realidad de la medicina y los desafíos y distintos retos que afrontas a lo largo de la carrera!